27/12/10

I´m here

I'm in here, can anybody see me? 
Can anybody help? 

I'm in here, a prisoner of history, 
Can anybody help? 

Can't you hear my call? 
Are you coming to get me now? 
I've been waiting for, 
You to come rescue me, 
I need you to hold, 
All of the sadness I can not, 
Living inside of me. 

I'm in here, I'm trying to tell you something, 
Can anybody help? 

I'm in here, I'm calling out but you can't hear, 
Can anybody help? 

Can't you hear my call? 
Are you coming to get me now? 
I've been waiting for, 
You to come rescue me, 
I need you to hold, 
All of the sadness I can not, 
Living inside of me. 

I'm crying out, I'm breaking down, 
I am fearing it all, 
Stuck inside these walls, 
Tell me there is hope for me 
Is anybody out there listening? 

Can't you hear my call? 
Are you coming to get me now? 
I've been waiting for, 
You to come rescue me, 
I need you to hold, 
All of the sadness I can not, 
Living inside of me. 

Can't you hear my call? 
Are you coming to get me now? 
I've been waiting for, 
You to come rescue me, 
I need you to hold, 
All of the sadness I can not, 
Living inside of me. 

I'm in here, can anybody see me? 
Can anybody help?



**Sia

6/8/10

Escena el secreto de sus ojos I parte

Dos tazas con café recién servido son cómplices de la primera lectura del manuscrito que guarda sus secretos. Benjamín es el autor que trata de reivindicar su vida en decenas de páginas e Irene la privilegiada de leer una historia que también fue suya.


Mientras ella recorre las líneas sin perder concentración, los ojos azules de Benjamín la observan. Su cabello castaño oscuro, peinado de lado, deja al descubierto sus ojos verdes, aunque escudados con unos lentes que anuncian el desgaste de los años. Ella termina de leer y desnuda su mirada. Ahora, el azul profundo se encuentra con el verde de esperanza perdida.

4/8/10

Uno de los Gaviria

Sus labios carnosos no paran de contar historias. Paula es así, piensa que, tras revelar sus secretos, Iván se dará cuenta de que la ama. Pocas veces ella se expone, pero él no es cualquiera; él es como ella.

Sentados en la mesa más escondida del club, Paula no se atreve a tocarlo, aunque con las palabras le ha robado besos imaginarios. El cabello negro, los ojos miel y la nariz puntiaguda le advierten que Iván es uno de los hermanos Gaviria.

Él la escucha sin mostrar emoción. Ella le habla de su infancia, cuando sus padres murieron, sobre su primer novio, el miedo a dormir sola y la música que la motivó a tocar el chelo.

Finalmente, Paula le toma la mano. Su blusa roja con vuelos hace las veces de corazón palpitando; ella se estremece y tiembla. Él la mira y le recuerda lo que ella se ha repetido decena de veces.

- Me encanta que tomes la iniciativa, dice Iván mientras abre su mano para rozar la palma de la autora de sus pecados familiares.

8/6/10

Estereotipos

El vagón está repleto como cada inicio de mañana. Finalmente logra sentarse. Mira su cabello reflejado en el vidrio y se peina el flequillo. Faltan 11 estaciones antes de llegar a su destino. Busca en el bolso y lamenta haber olvidado su novela del mes.

Al fondo un póster destaca entre la gente apretujada. “Somos tan buenos que no tenemos competencia” sobresale la frase. Evocando la vagancia mental propia del metro, analiza su pertinencia y termina concluyendo que es una gran mentira: “Cómo te atribuyes el calificativo ´tan´ si no tienes comparación. Para que una cosa sea mejor, debe haber otra peor; si afirmas que alguien es bonito es porque lo asocias con otro que es feo y eso hace al primero de mayor belleza”.

Abstraída es su descubrimiento subterráneo, suena el pito que marca el arribo a otra estación. Ya le falta una más. La gente forcejea para salir, unos se empujan y otros se dejan llevan por la ola humana, pero a ella esto no le impresiona, ni siquiera cuando se cae un anciano sin tener la suerte de que alguien lo auxilie. Ella observa sus ropas, la composición de sus rostros y los va marcando.

Morena de 40 años con cabello amarillo y raíces negra, fea. Hombre gordo con pantalones a la cintura y bigotes, prehistórico. Universitaria con escote pronunciado y uñas de gato, regalada.

Se escucha el pito. Ve nuevamente su rostro reflejado en el vidrio, se acomoda la ropa y el cabello, deseando haber amanecido bonita. Sale sin problemas.

30/5/10

Plegarias secretas

A María Clara poco le divierte la rutina enfermiza de Teresita: 1, 2, 3 antes de cada bocado, 1,2, 3… lo que sea para evitar que él muera. Ser testigo de lo mismo ya le repugna. No entiende cuál es el afán de contar sin sentido, de cenar lo mismo día tras día, de repetir numeritos. Teresita sabe que no debe hacerlo en su presencia, pero a veces no puede contenerse; hoy es uno de esos días.


El acostumbrado cereal está en la mesa y al frente Teresita con la cuchara en la mano. Inicia en silencio: 1, 2, 3 y come, 1, 2, 3 y come... Callar no le hace bien, es que le aterroriza pensar que no la escuchen, que sus plegarias secretas no lleguen y que lo maten por su culpa. Comienza a gritar. María Clara no aguanta más, toma el plato y la atraganta para que de una vez por todas termine la cena. Hace lo que le suplican sus vísceras y huye.

“Sólo conté hasta dos” se dice Teresita, mirando el plato vacío. No le importa la leche en su rostro, no muestra rabia hacia su nana; debe terminar. Toma la cuchara y en ella va agrupando las hojuelas que terminaron en su ropa, cuello y cabellos. Cuando se da cuenta de que no es suficiente, mete los dedos en la nariz, exhala fuertemente para que salgan algunos trozos; busca en el piso, en los manteles, en la silla. Ahora falta la leche; en la mesa, en el piso, no hay casi nada. Abre la nevera y lo único parecido que consigue es suero de cabra, lo toma y vierte al nuevo mazacote. Sus labios acabados tiemblan de ansiedad, pero su pulso es perfecto, y mientras traga murmura: “tres”, rogando que María Clara no regrese a convertirla en la asesina de Pablo.

17/5/10

Roce salvaje 2**

Sofía se mueve de un lado a otro buscando el cinturón de seguridad. Hala fuertemente una de las tiras y sin querer golpea a su compañero de fila. Rápidamente se disculpa y baja la mirada para evitar conversación. Tenía los ojos color miel y dientes perfectamente blancos.

Procurando no rozarle, saca de su bolso lo que será su lectura aérea: Días de salvajismo, y comienza a acariciarlo, como preparando su aventura. Se siente la presión en los oídos y el cuerpo se pega a la silla. El libro aguarda por ser descubierto, ya caliente luego de tantos mimos. Lo abre clavando la mirada en esos ojos dulces.

- Interesante título traes allí. ¿Quieres aprender a ser salvaje o sólo estás aprendiendo nuevas técnicas?, dijo aquel hombre confiado.

Sofía, desafiando el sonrojado de sus pómulos, se le acercó dejando caer sus días de salvajismo en la entrepierna. Léeme”, susurró.

**Editado.

Roce salvaje

Sofía se mueve de un lado a otro culpando al asiento por su incomodidad; es mejor que reprocharle a su faja talla s, que le haría pasar de “l” de “luna” a “s” de “sol”, de oscura a radiante, cuando de verdad el vaivén es una negación a su decadencia.

En el fondo se escucha: “Señor su equipaje de mano no puedo ir allí porque está en salida de emergencia. Si me permite le ayudo”… ¡Qué maravilla! - piensa Sofía - Una salida de emergencia que será manejada por un anciano con diabetes segura, hipertensión e historial de infartos, al juzgar por su peso y el pastillero que se deja entrever en el bolsillo de su camisa a cuadros; una razón para incrementar su miedo a volar, sin embargo no se atreve a notificar su queja.

Suena el teléfono. Es quien no debe ser. Una voz íntima quiere saber cómo está, dejando atrás los acostumbrados “te quiero” y los fulminantes “te quedan grande mis te quiero”. "Todo chévere, gracias a Dios", le responde mientras sostiene el celular entre el hombro y cuello, buscando en su bolso lo que será su lectura aérea: días de salvajismo -como sus sueños con él-.

Palabras van a vienen, pero a Sofía poco le importa el nuevo repertorio de cariño verbal de su ex, encabezado por “amiga”. El libro ahora reposa en sus piernas y la engorrosa posición continúa, amenazando con el liso falso de su cabello y su tortícolis matutina; inconscientemente sus manos están más a gusto acariciando la portada tapa dura de las 327 páginas que le recuerdan lo único por lo que ha apostado, sus ganas de consolidarse como escritora. Con un chao simple, se despide y espera que él tranque ansiando su último respiro.

La aeromoza, ahora, se encuentra en el pasillo indicando con mucha diligencia la forma correcta de colocarse el salvavidas y señala, como miss universo, las salidas de emergencia, como aquella donde ahora ronca con la boca abierta el anciano de camisa cuadros.

Se siente la presión en los oídos y el cuerpo se pega a la silla. La ciudad toma distancia y muestra un rostro amable…como quisiera que eso ocurriera con su vida, simplemente alejarse y llegar a verla con ojos de cariño. El libro aguarda por ser descubierto, ya caliente luego de tantas caricias. Lo abre rozando a su compañero de fila.

- Interesante título para una obra literaria. ¿Quieres aprender a ser salvaje o sólo estás aprendiendo nuevas técnicas?, dijo aquel hombre con voz ronca seguido por una sonrisa.

Sofía, desafiando la presión del despegue, se acercó para ganar intimidad. “Léeme”, le susurró dejando caer sus días de salvajismo en la entrepierna.

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