27/12/14

Treinta y uno


Hace un calor insoportable y no dejo de pensarte. He optado por resignarme a tus silencios, a esta cama sin arrugas y a esta compañía que no me llena.
Ella es de cristal; estar con ella es estar conmigo, así que termino en paz siendo yo sin ti. No soy culpable de tus sin quereres pero sí de mis murallas para impedir que me destruyas una vez más y aún así las traspasas a tu gusto cual ráfaga de viento que se cuela entre estas ventanas clausuradas.
Que cómo llegué a esto, me preguntaste hace unos días cuando finalmente dejaste de ser voz para encontrarnos en el jardín. No supe qué responderte. Estoy aquí y aquí estoy detestablemente a gusto. Es que ella no es como tú ni como yo.
Cada mañana mis párpados reciben las caricias más dulces y húmedas. Ella, Elena, me sumerge en sus brazos y me ahoga en sus labios. Siendo cómplice de su escape contamos juntas hasta treinta, justo a tiempo para escabullirse antes de que llegue la primera rutina de medicamentos. En esos segundos no quiero descubrir que es un nuevo día. Valdría más perderme en la oscuridad carente de sombras que recuerdan el infortunio de dos, de nosotros dos. Pero la luz me abre los ojos y me doy cuenta de que estoy entre paredes blancas y pasillos largos que llevan al fin de la nada. Digo treinta y uno y me encuentro sola.
 Ahora deambulo por los jardines simulando que soy feliz; por momentos lo creo y termino rodando por la grama cada vez más rápido  o cortando flores para impregnar mi cuarto con tu olor. Recuerdo que tu perfume favorito venía en un frasco rojo; aquí sólo hay cayenas rojas y con eso me conformo para revivirte, para inventarme la esencia de tu piel y  saciarme entre pétalos; se marchitan tan rápido y me quedo sin ti. Pero está Elena, siempre está ella.
Azul es la píldora que inhibe mi depresión y es allí cuando más la quiero. Suele hacer efecto en la tarde, cuando se nos permite compartir a solas. Su cabellera larga y ondulada se posa en mi almohada y yo siento que sus cabellos crecen hasta arroparme y no poder zafarme. Juego con ellos; primero mis dedos sienten sus finas hierbas tostadas y aterciopeladas; del centro a las puntas logro atenuar su respiración. Admiro su mirada escondida entre los lentes. Ella se los retira y a mi entran unas ganas desaforadas de besarla. Ella se quita sus escudos, se desnuda ante mí y yo me contagio de su poder, de sentirnos libre.
No siempre es así, a veces apenas entra nos hacemos una y éstas son las veces que más disfruto. Puedo ser ella y al ser ella no soy yo, esa yo a la que únicamente le importas tú. Trasciendo, sabes, trasciendo de ti y de mí. Lástima que todo es mentira. Quisiera creer que estoy en paz, pero cuando ella no está sé que es falsa. Detesto su olor a jazmín y su delicadeza cuando se pierde en mi sexo. Necesito tu piel mojada y tus manos toscas arrebatándome hasta pedir descanso. Cómo te odio, Ignacio.
Traté de revivir los gemidos que me propicias. La esperé tras la puerta y justo cuando entró la tomé por las caderas y la apreté contra mí. Elena intentó librarse pero con más fuerza la controlé. Comencé a saborear sus labios sin control, a tal punto que amarla sabía a sangre. Ella se quejó sin poder propiciar palabra y yo no estaba dispuesta a parar. Esta vez conté hasta 30, sin ella repitiendo; mis manos apretaban su cuello ejerciendo toda la intensidad acorde con sus ojos desvirtuados. La solté cuando renuncié a la idea de ser tú. Se despidió de este mundo cubierta de negro plástico y sin respirar; todo por ti. Ahora ya me queda nada y menos en este nuevo cuarto con barrotes y sin ventanas. En mi cabeza cuento hasta treinta a ver si ella aparece, pero no. Cuento 31 y ahora sigues tú.  
Greilysu Moreno


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