Hace
un calor insoportable y no dejo de pensarte. He optado por resignarme a tus
silencios, a esta cama sin arrugas y a esta compañía que no me llena.
Ella
es de cristal; estar con ella es estar conmigo, así que termino en paz siendo
yo sin ti. No soy culpable de tus sin quereres pero sí de mis murallas para
impedir que me destruyas una vez más y aún así las traspasas a tu gusto cual
ráfaga de viento que se cuela entre estas ventanas clausuradas.
Que
cómo llegué a esto, me preguntaste hace unos días cuando finalmente dejaste de
ser voz para encontrarnos en el jardín. No supe qué responderte. Estoy aquí y
aquí estoy detestablemente a gusto. Es que ella no es como tú ni como yo.
Cada
mañana mis párpados reciben las caricias más dulces y húmedas. Ella, Elena, me
sumerge en sus brazos y me ahoga en sus labios. Siendo cómplice de su escape
contamos juntas hasta treinta, justo a tiempo para escabullirse antes de que
llegue la primera rutina de medicamentos. En esos segundos no quiero descubrir
que es un nuevo día. Valdría más perderme en la oscuridad carente de sombras
que recuerdan el infortunio de dos, de nosotros dos. Pero la luz me abre los
ojos y me doy cuenta de que estoy entre paredes blancas y pasillos largos que
llevan al fin de la nada. Digo treinta y uno y me encuentro sola.
Ahora deambulo por los jardines simulando que
soy feliz; por momentos lo creo y termino rodando por la grama cada vez más
rápido o cortando flores para impregnar
mi cuarto con tu olor. Recuerdo que tu perfume favorito venía en un frasco
rojo; aquí sólo hay cayenas rojas y con eso me conformo para revivirte, para
inventarme la esencia de tu piel y
saciarme entre pétalos; se marchitan tan rápido y me quedo sin ti. Pero
está Elena, siempre está ella.
Azul
es la píldora que inhibe mi depresión y es allí cuando más la quiero. Suele
hacer efecto en la tarde, cuando se nos permite compartir a solas. Su cabellera
larga y ondulada se posa en mi almohada y yo siento que sus cabellos crecen
hasta arroparme y no poder zafarme. Juego con ellos; primero mis dedos sienten
sus finas hierbas tostadas y aterciopeladas; del centro a las puntas logro
atenuar su respiración. Admiro su mirada escondida entre los lentes. Ella se
los retira y a mi entran unas ganas desaforadas de besarla. Ella se quita sus
escudos, se desnuda ante mí y yo me contagio de su poder, de sentirnos libre.
No
siempre es así, a veces apenas entra nos hacemos una y éstas son las veces que
más disfruto. Puedo ser ella y al ser ella no soy yo, esa yo a la que
únicamente le importas tú. Trasciendo, sabes, trasciendo de ti y de mí. Lástima
que todo es mentira. Quisiera creer que estoy en paz, pero cuando ella no está
sé que es falsa. Detesto su olor a jazmín y su delicadeza cuando se pierde en
mi sexo. Necesito tu piel mojada y tus manos toscas arrebatándome hasta pedir
descanso. Cómo te odio, Ignacio.
Traté
de revivir los gemidos que me propicias. La esperé tras la puerta y justo
cuando entró la tomé por las caderas y la apreté contra mí. Elena intentó
librarse pero con más fuerza la controlé. Comencé a saborear sus labios sin
control, a tal punto que amarla sabía a sangre. Ella se quejó sin poder
propiciar palabra y yo no estaba dispuesta a parar. Esta vez conté hasta 30,
sin ella repitiendo; mis manos apretaban su cuello ejerciendo toda la
intensidad acorde con sus ojos desvirtuados. La solté cuando renuncié a la idea
de ser tú. Se despidió de este mundo cubierta de negro plástico y sin respirar;
todo por ti. Ahora ya me queda nada y menos en este nuevo cuarto con barrotes y
sin ventanas. En mi cabeza cuento hasta treinta a ver si ella aparece, pero no.
Cuento 31 y ahora sigues tú.
Greilysu Moreno