30/5/10

Plegarias secretas

A María Clara poco le divierte la rutina enfermiza de Teresita: 1, 2, 3 antes de cada bocado, 1,2, 3… lo que sea para evitar que él muera. Ser testigo de lo mismo ya le repugna. No entiende cuál es el afán de contar sin sentido, de cenar lo mismo día tras día, de repetir numeritos. Teresita sabe que no debe hacerlo en su presencia, pero a veces no puede contenerse; hoy es uno de esos días.


El acostumbrado cereal está en la mesa y al frente Teresita con la cuchara en la mano. Inicia en silencio: 1, 2, 3 y come, 1, 2, 3 y come... Callar no le hace bien, es que le aterroriza pensar que no la escuchen, que sus plegarias secretas no lleguen y que lo maten por su culpa. Comienza a gritar. María Clara no aguanta más, toma el plato y la atraganta para que de una vez por todas termine la cena. Hace lo que le suplican sus vísceras y huye.

“Sólo conté hasta dos” se dice Teresita, mirando el plato vacío. No le importa la leche en su rostro, no muestra rabia hacia su nana; debe terminar. Toma la cuchara y en ella va agrupando las hojuelas que terminaron en su ropa, cuello y cabellos. Cuando se da cuenta de que no es suficiente, mete los dedos en la nariz, exhala fuertemente para que salgan algunos trozos; busca en el piso, en los manteles, en la silla. Ahora falta la leche; en la mesa, en el piso, no hay casi nada. Abre la nevera y lo único parecido que consigue es suero de cabra, lo toma y vierte al nuevo mazacote. Sus labios acabados tiemblan de ansiedad, pero su pulso es perfecto, y mientras traga murmura: “tres”, rogando que María Clara no regrese a convertirla en la asesina de Pablo.

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