8/6/10

Estereotipos

El vagón está repleto como cada inicio de mañana. Finalmente logra sentarse. Mira su cabello reflejado en el vidrio y se peina el flequillo. Faltan 11 estaciones antes de llegar a su destino. Busca en el bolso y lamenta haber olvidado su novela del mes.

Al fondo un póster destaca entre la gente apretujada. “Somos tan buenos que no tenemos competencia” sobresale la frase. Evocando la vagancia mental propia del metro, analiza su pertinencia y termina concluyendo que es una gran mentira: “Cómo te atribuyes el calificativo ´tan´ si no tienes comparación. Para que una cosa sea mejor, debe haber otra peor; si afirmas que alguien es bonito es porque lo asocias con otro que es feo y eso hace al primero de mayor belleza”.

Abstraída es su descubrimiento subterráneo, suena el pito que marca el arribo a otra estación. Ya le falta una más. La gente forcejea para salir, unos se empujan y otros se dejan llevan por la ola humana, pero a ella esto no le impresiona, ni siquiera cuando se cae un anciano sin tener la suerte de que alguien lo auxilie. Ella observa sus ropas, la composición de sus rostros y los va marcando.

Morena de 40 años con cabello amarillo y raíces negra, fea. Hombre gordo con pantalones a la cintura y bigotes, prehistórico. Universitaria con escote pronunciado y uñas de gato, regalada.

Se escucha el pito. Ve nuevamente su rostro reflejado en el vidrio, se acomoda la ropa y el cabello, deseando haber amanecido bonita. Sale sin problemas.

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