23/9/11

Compañero de la noche


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- Acaríciame la espalda y recoge mis cabellos como tanto me gusta. Se siente tan bien cuando tus manos frías avivan mi cuerpo, tan cansado del silencio y del conformismo. ¿Ves por la ventana? Casi no queda nadie. Sólo una luna borrosa que me recuerda la miseria en que me he convertido, pero tú estás aquí hoy.
- Recuéstate y deja que mis manos burlen tu mente. Por minutos le haremos creer que yo tengo sentido, que la compañía te es merecida y que dos son más que uno.
Para Anabela mimetizarse con la gente tuvo sentido hasta hace unos meses atrás. Aquella noche, como todas, se dirigió al baño alejándose del cuerpo jadeante que completaba su cama. El crescendo de los ronquidos de aquel hombre, su hombre por elección, aumentaba siempre su zozobra, pero lograba calmarla con una cachetada de agua fría y una dosis de somníferos. A lo lejos se escuchaba el éxtasis de dos gatos que maullaban sin reparar en los demás. Tal arrebato le llevó a buscarlos.
La idea de caminar por la vereda era descabellada, pero aún más era tener que soportar la secuela de un disfrute no compartido. Una vez decidida, Anabela se lavó la cara y guardó el somnífero en su mano. En el reverso de la puerta había una bata de baño, se arropó con ella y pasó de puntillas.
Sus pies estaban desnudos, al igual que el resto de su cuerpo; se evidenciaba la piel erizada casi traspasando la sedosa tela.  
Algunos tramos del camino estaban oscuros y otros dominados de sombras que proyectaban los faroles moribundos, pero esto no le preocupaba, ella sabía que vivía en un barrio seguro; si acaso podría toparse con un vecino, de tener suerte.    
Guiada por la agudeza de sus sentidos, finalmente, logró distinguir dos sombras en un vaivén similar al suyo. Le extrañó la simpleza del acto, ajeno a los sonidos de placer que había recreado: el gato le dominaba manteniendo un mismo ritmo y carente de expresión; debajo era más decadente, aquella gata blanca y peluda permanecía congelada, a tal punto que lo que en un momento cautivó a Anabela ahora se desmoronaba por parecer un llanto, como el que ella contenía cada noche en su almohada. Esperó que aquel acto fúnebre terminara y tomó a la gata. Estaba agotada.
El gato trató de agredirla pero ella logró hacerse de su nueva amiga sin que el episodio se convirtiera en algo más que un susto. Aquel felino la miró por unos segundos, humedeció sus bigotes con la lengua para luego seguir con su viaje. Era como su Víctor, de cabello negro, largo y despreocupado a juzgar por el andar.
La gata no aguantó muchos segundos en sus brazos; apenas pudo, se zafó. Anabela quiso retenerla y con ello la bata quedó en el piso. Allí estaba desnuda y sola. Se sentía usada, atada a sus sábanas jamás húmedas.


Grey M2


Ejercicio del taller de narrativa con Carlos Noguera

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